Por Alfonso Rivera
En este entrega me gustaría
indagar más en la vida de una de las mejores cantantes de jazz de todos los
tiempos, así lo han determinado las grandes revistas y entendidos de la materia,
se trata de la excelsa cantante Billie Holiday cuyo nombre real era Eleonora
Fagan. Nació en Baltimore (Maryland, EE.UU.) en 1915. Su madre tenía sólo 13
años y su padre era guitarrista de jazz. Poco después de nacer, sus padres la
dejaron con sus abuelos, para emigrar al norte. Según diferentes escritos sus
abuelos la maltrataban, mientras vivía con una prima, sus dos hijos pequeños y
la bisabuela. A los 10 años, Billie tiene que trabajar ya cuidando bebés,
haciendo recados a domicilio y fregando las escaleras de entrada a las casas de
los barrios blancos. Era además ′chica para todo′ en una casa de citas. Cuando
la dejaban libre, andaba por las calles, jugando con los chicos del barrio a
las canicas, o se peleaba con ellos. Al volver su madre, se mudan a un barrio mejor, para llevar una casa de
huéspedes. Una mañana, estando sola en su habitación, uno de ellos intenta
abusar de ella. Al hombre, le condenaron a cinco años de cárcel, pero ¡a ella
la recluyeron en una institución católica por tiempo indefinido! Allí fue
castigada, humillada y obligada a pasar una noche junto al cadáver de una
compañera, gritando y golpeando la puerta, hasta que se le ensangrentaron las
manos.
Es bien sabida su
infancia fracasada, que pronto la colocó, no ya en la adolescencia, sino en la
madurez de una cría que descubrió en su voz y en el jazz la única posibilidad
de ser feliz, solo por un momento, porque profesionalmente también tuvo que
aguantar lo suyo, como mujer y como negra. Amén de cambiar la bicicleta y el
balón por el cepillo y el fregadero, realizando trabajos de limpiaeza en una casa de citas, que como cosas del
destino le permitió escuchar a Bessie Smith y Louis Armstrong a través de una
jukebox que entretenía a la clientela mientras esperaban turno. Puede decirse
que el blues y el jazz salvaron a aquella niña de entregarse plenamente a la prostitución.
Aunque la depresión no era algo nuevo para
Billie, ya que ella y su madre podían estar contentas si conseguían lo
suficiente para comer caliente las dos una vez al día. Intenta ser bailarina,
pero resulta un completo fracaso. Es entonces cuando empieza a cantar en un
bar, mientras sirve de mesa en mesa. Consigue trabajo para su madre en la
cocina, pero ella se niega a recoger propinas. Las compañeras le llaman por eso
Lady. Uno de los clientes del local era Benny Goodman, que le propone grabar un
disco. Otro era el agente de Louis Armstrong, que ofrece representarla. Billie
tenía entonces 16 años, fumaba marihuana y bebía regularmente.
En el año 35
Holiday canta en el famoso teatro Apolo de Harlem. Dos años después se
incorpora a la orquesta de Count Basie. Los problemas vienen cuando le dicen
que se oscurezca el rostro con grasa negra, porque tiene la piel ′demasiado
clara′. Ella renuncia a su puesto y se va de gira con la orquesta blanca de
Artie Shaw. En el sur es molestada por sheriffs, camareras, empleados de hotel
y todo tipo de chiflados de ese ambiente de segregación y prejuicios raciales
proviene su famosa canción Strange Fruit, que será su mayor éxito de ventas.
A continuación, les presento una selección de los mejores
temas grabados por ésta excelente cantante:
- Billie Holiday Sings (1952).
- An Evening with Billie Holiday (1952).
- Billie Holiday (1954).
- Stay with Me (1955).
- Music for Torching (1955).
- Velvet Mood (1956).
- Lady Sings the Blues (1956).
- Body and Soul (1957).
- Songs for Distingué Lovers (1957).
- All or Nothing at All (1958).
- Lady in Satin (1958).
- Last Recordings (1959).
- Strange Fruit (1939)
Asi va pasando el tiempo y Bille va consolidandose en el gusto del publico amante del jazz se puede decir definitivamente que este siglo han aparecido
voces maestras en el jazz, incluso voces que bien pueden rivalizar en audacia y
emoción con el lamento vocal de Billie Holiday
sin embargo, todavía está por descubrirse una cantante que concite tanta
unanimidad en torno a una canción tan arrebatada como arrebatadora. Y tan
herida, porque no se entiende cómo esta mujer fue capaz de vivir en la cima del
jazz golpeada de tanta desgracia. Se insiste: Billie Holiday, a pesar de sus
excesos, no fue lo que llamamos un juguete roto, sino una mujer que caminó por
la vida sin desaliento, a pesar de las muchas piedras que se encontró y le
colocaron a cada paso.
Cuenta John Hammond, su descubridor, que la joven Billie
Holiday era un mujeron en 1933 “pesaba casi cien kilos y era increíblemente hermosa”.
En 1959, cuando falleció, con 44 años, había quedado reducida a una ruina, “una
pequeña y grotesca caricatura de sí misma”, según un periodista del New York
Times. En esos 25 años, Billie patinó y fue atropellada por la vida. Lo contó
en su autobiografía, Lady Sings the blues, a la que la editorial Tusquets
añadió una apostilla prudente: Fábula. Efectivamente, Billie era una gran
fabulista y sabía que necesitaba dar pena, a fin de recuperar la ansiada
tarjeta para actuar en los clubes neoyorquinos (su retirada era el castigo más
doloroso para los jazzmen atrapados con drogas). Su biógrafo y copista, William
Dufty, tenía claro su objetivo: un libro explosivo. Y lo logró, aunque la
editorial metió tijera, por miedo a las demandas de personajes como Orsons
Welles o Tallulah Bankhead.
Esa Bille trágica de Lady Sings the blues, edulcorada por
Hollywood en la película homónima, es la que ha permanecido. Insatisfecha con
ese retrato, una fan llamada Linda Kuehl inició en los sesenta el trabajo de
base para una biografía rigurosa. Realizó unas 150 entrevistas a quienes
convivieron con ella: músicos, amantes, novios, agentes de narcóticos,
aficionados. El resultado era menos romántico que el libro de Dufty.
Billie fue educada
en las leyes de la prostitución, asumía que debía pagar por amor al chulo de
turno. Se dice que el dolor agudiza la creatividad, por lo que no extraña que
su vida fuera una obra de arte constante y entera. Y es que más que en el
dolor, ella vivió en una herida abierta que supuró talento, crueldad y
humillaciones a borbotones.
Billie Holiday, la cantante más sobresaliente de toda la
historia del jazz, no fue un juguete roto, sino una chica con una sombra
permanente de mala suerte, tanto por la época y la sociedad en la que hubo de
sobrevivir como los amores errados a los que se abrazó. Ella misma dijo en su
autobiografía 'Lady Sings the blues' (Editorial Tusquets): "Puedes ir
vestida de raso, con gardenias en el pelo y no ver una sola caña de azúcar en
varios kilómetros a la redonda y aun así, seguir trabajando en una
plantación".
Tenía 13 años y su primer intento como artista tuvo lugar
en el Pod's and Jerry de la calle 133, primero como bailarina, luego como
cantante, en la prueba que le hizo el dueño del local interpretó 'Trávelin' All
alone', conmoviendo a todos los asistentes. Ella lo recordó en sus memorias:
"Si a alguien se le hubiera caído un alfiler, habría sonado como una
bomba. Cuando finalicé, todos aullaban y levantaban sus vasos de cerveza".
En ese momento nació Billie Holiday, nombre que Eleonora tomó de Billie Dove,
la gran estrella del cine mudo y el
espejo de todos los sueños que la cantante tenía. Su segundo apodo, 'Lady Day',
se lo puso el gran amor de su vida, el saxofonista Lester Young, con el que
compartió tantos escenarios y tantas grabaciones.
De andar por aquí y andar por allá a esta sin igual
cantante siempre le gustaron los ensambles pequeños sus experiencias con las
big band de Count Basie y Artie Shaw resultaron infelices, por su temperamento
y por las indignidades de la segregación racial. Decidió que debía usar los
recursos actorales: siempre soñó con hacer cine. Los aplicó cuando grabó
Strange fruit en 1939, descarnada denuncia de los linchamientos de negros en
los estados sureños. Y los acentuó tras conocer a Mabel Mercer, artista
británica que recitaba más que cantaba. En los años cuarenta, Billie entró en
un bucle: su imagen de Mujer Atormentada dictaba el tono de sus grabaciones,
que reforzaban el estereotipo de la solitaria, la incomprendida y la
maltratada. Eso se tradujo en interpretaciones ralentizadas, donde exprimía el
contenido emocional de las letras.
Parecía vulnerable, el poeta Philip Larkin, tradicionalista
en cuestiones de jazz, describió sus discos como “calcinados y abrasadores”.
Sobre el escenario Billie Holiday era toda luminosidad, volviendo a la cruda
realidad cuando se bajaba de él. No se la permitía ningún contacto en el
público blanco, tenía que acceder a los locales por la puerta de atrás, cobraba
menos que sus compañeros... A ello se le sumaba su adicción a la heroína, que
la granjeó numerosos problemas y un paso por la cárcel de cruel recuerdo, por
no hablar de las parejas que tuvo, maltratadores de profesión, tipos mafiosos,
crueles, a los que retrató en canciones como 'My man' o 'Ain't nobodys
business'. Pronto captó la atención de una de las orquestas de swing de mayor
éxito en aquel Estados Unidos de 1933, la de Benny Goodman por mediación del
productor John Hammond, para encontrarse cuatro años después integrada en esa
maquinaria mucho más jazzística y fogosa que fue la de su admirado Count Basie.
Podía haber seguido repitiendo la fórmula y nadie la
rechazaría. Sin embargo, en la neblina de su caos, intuía que su creatividad
todavía no se había agotado. Fichó con el promotor Norman Granz, que supo
sacarla de su letargo, enfrentándola con material fresco y juntándola con
solistas de primera. En el estudio, podía entrar tarde, con una afinación
insegura, consciente de sus recursos deteriorados. Pero en segundos se
recuperaba y volvía a surgir la magia, ese metal doliente que actualmente
imitan cantantes de mucha técnica.
Llegado ese momento, Billie Holiday ya había hecho de
su voz un lamento vocal con una hondura emocional mágica, con una sensibilidad
en el fraseo realmente única e irrepetible. Se dice que nadie como ella
pronunciaba con tanta emoción desgarrada las palabras "love" o "baby”.
Siempre trató de improvisar como Louis Armstrong o Lester Young. Lo que sale es
lo que siento, odio las canciones en línea recta. Tengo que cambiar los tonos y
ajustarlos a mi propia forma de entender la música. Esto es todo lo que
sé".
Entre 1935 y 1942 'Lady Day' registró más de 100
grabaciones. Luego estuvo incrustada en el conjunto de Artie Shaw y, en el
medio, en 1939, su primera presentación como líder, en el Café Society del
Greenwich Village neoyorquino, que incluyó un tema que le acompañaría hasta el
final de sus días, 'Strange Fruit': "De los árboles del sur cuelga una
fruta extraña / sangre en las hojas y sangre en la raíz / cuerpos negros
balanceándose en la brisa sureña". Strange Fruit fue elegida por la
revista 'Time' como la mejor canción del siglo XX en 1999.
En 1954 realizó una gira por Europa que acentuó esas luces
y sombras que marcaba la línea del escenario, firmando en 1957 una sesión
antológica para un programa televisivo de la CBS, 'The sound of Jazz' (junto a
sus queridos Ben Webster, Lester Young y Coleman Hawkins, entre otros) y
registrando al año siguiente un colosal álbum, 'Lady
in Satin', antes de su muerte y ya cansada de la vida.
Billie Holiday trabajó con la crema y nata de los músicos
en la época más dorada del jazz, la de mediado el siglo pasado. Finalmente el 17
de julio de 1959, con tan solo 44 años cierra sus ojos para siempre y muere
debido a una cirrosis hepática. Fue enterrada en el cementerio Saint Raymond,
en el Bronx, Nueva York. Muchos de los grandes músicos que la acompañaron acudieron a su funeral junto a 3.000 personas
más; en su cuenta bancaria sólo había 70 centavos; en el cielo, toda la
admiración de una familia, la del jazz, que quizás se sentía culpable por no
haber hecho más por un gran ser humano que gritaba en lo más profundo de su
alma que la ayudaran a vivir una vida menos atormentada y mucho más digna con
semejante talento otorgado por la providencia divina.
Lic. en Música
Alfonso Rivera
Docente
Universidad Experimental de las Artes (Unearte) Caracas/Venezuela. Pianista
profesional, arreglista, compositor, investigador, postgrado en gerencia
cultural, articulista, multi-instrumentista.
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